Sandy obliga a hablar del cambio climático en las elecciones
norteamericanas pese a la presión del sector de combustibles fósiles
Bill McKibben · · · · ·
He aquí una frase que ojalá no hubiera escrito: salió rodando de mi
Macbook en mayo, como parte de un artículo para Rolling Stone que enseguida
corrió como la pólvora:
"Supongamos que termina por ocurrir algo de verdad tan gordo (un
huracán gigante anega Manhattan, una megasequía aniquila la agricultura de
nuestro Medio Oeste) que ni siquiera el poder político del sector resulte
suficiente para sofrenar a los legisladores, que logren regular el
carbono".
Ojalá no lo hubiera escrito, porque la primera mitad me otorga un
mérito del todo inmerecido por clarividencia: no tenía ni idea de que ambas
circunstancias ocurrirían en los siguientes seis meses . Y ojalá no lo hubiera
escrito, porque ahora que hay que dar cuenta de ello, empiezo a dudar que hasta
Sandy, la mayor tormenta registrada, sea suficiente para que nuestra clase
política se tome en serio el cambio climático.
Acaso me equivoque, sin embargo. Acaso –tan solo acaso– la llegada de
un muro gigantesco de agua exactamente en mitad de la capital financiera y
mediática del planeta que nos sirve de hogar bastará para desbloquear esta
conversación. Acaso esta obscena marea del océano entrando anormalmente en los
conductos y túneles de la mayor ciudad de la Tierra conmocionará a gente
suficiente para cambiar el debate. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo,
se permitió algo así en una rueda de prensa el martes por la tarde:
"Se ha producido una serie de sucesos meteorológicos extremos. Y
esto no es una declaración política sino que estamos hablando de hechos…Quien
diga que no se ha producido un cambio espectacular en los patrones climáticos
está negando, creo yo, la realidad".
El alcalde de Nueva York,
Michael Bloomberg, añadió:
"Lo que está claro es que las tormentas que hemos experimentado en
el último año, más o menos, en este país y en todo el mundo son mucho más
severas que antes ".
Sinceramente, creo que vería enseguida declaraciones como ésta como un
respaldo cuidadosamente meditado de la ciencia climática. La experiencia es lo
que cambia a la gente: la sequía del verano dejó a más de la mitad de los
condados norteamericanos convertidos en zona catastrófica federal, y el
meteorólogo Jeff Masters estima que Sandy golpeó a 100 millones de
norteamericanos con un "tiempo extremo". Añádanse los mayores
incendios forestales de Colorado y Nuevo México, los meses más calurosos de la
historia norteamericana, y la ola de calor completamente absurda de
verano-en-marzo que desató el año en que sudamos peligrosamente, y se puede
empezar a entender por qué el porcentaje de norteamericanos que se preocupan
por el cambio climático ha dado un salto repentino este año. Un salto lo
bastante pronunciado como para que unos cuantos políticos se presten a hablar
en voz alta.
No muchos. Los candidatos presidenciales evitaron el tema en tos los
grandes foros públicos…salvo por la broma de Romney en la convención nacional
republicana a propósito de lo tonto que resultaba intentar parar el ascenso de
los océanos (lo que probablemente no le ha ganado muchos votos en la costa de
Nueva Jersey esta semana). Obama sí que habló del cambio climático con la
cadena MTV la semana pasada, pero el sitio en que lo hizo casi define el
estatus marginal de la cuestión; su otra discusión de verdad sobre el asunto
fue la que tuvo con Rolling Stone: el calentamiento global, aparentemente, es
cosa sólo de gente con auriculares.
Fueron discurseando de pueblo en pueblo a lo largo del verano más
cálido que se recuerda y parecía que no se daban cuenta. Se puede apreciar la
frescura de un presidente, pero todo tiene un límite.
Si Sandy comienza, no obstante, a dejar algo abierto el espacio para
discutir, estamos por desgracia en un momento en el que hemos de forzar la
discusión. Después de 20 años de inacción, vamos tan retrasados por debajo de
la media, que hay elevar el baremo por encima del simple reconocimiento de que
tenemos un problema. Tenemos que lograr que estos tipos hagan algo.
Y eso, me parece, exige un conjunto de cambios verdaderamente
cruciales. Nos hace falta neutralizar la fuerza que les ha mantenido
tranquilos. No es que nuestros políticos no se hayan enterado del cambio
climático: a lo largo de dos decenios, he contemplado cómo los mejores
científicos del mundo recorrían anualmente la senda que lleva a la colina del
Capitolio para exponer los últimos datos. Es que, por aterrador que fueran esas
tablas y gráficos, el sector de combustibles era aun más aterrador.
Siendo la industria más rica de la Tierra, y el mayor factor del juego
político, los chicos del carbón y el petróleo y el gas han comprado a un
partido y aterrado al otro. La semana pasada – en los ultimísimos días de las
elecciones norteamericanas – Chevron golpeó con la mayor donación empresarial
singular de la época de Citizens United [sentencia de 2010 del Tribunal
Supremo] que permite aportaciones ilimitadas], 2,5 millones de de dólares a un
PAC [Comité de Acción Política que facilita y administra las
donaciones]republicano. No hay un solo congresista que no se diera cuenta y no
pensara: ¿qué pasa si van a por a mí sólo diez días antes de las elecciones?
Si queremos cambiar esa ecuación política, tendremos que hacerlo yendo
a por el sector de combustibles fósiles. Se lo merecen. Como dejaba sentado en
ese artículo mío de Rolling Stone, están planeando quemar literalmente cinco
veces más carbono de lo que el gobierno más conservador del mundo consideraría
seguro. Se han convertido en una fuerza de granujas.
Razón por la cual 350.org envió hoy una explosión de correos
electrónicos, recogiendo dinero para la Cruz Roja y firmas para una petición a
los ejecutivos petrolíferos pidiéndoles que detengan sus donaciones en campaña
y se gasten el dinero en arreglar, en cambio, Nueva York. Y es la razón por la
que lanzamos un espectáculo ambulante la próxima semana. Iremos a veinte
ciudades en veinte noches, tratando de desencadenar un movimiento de
desinversión en reservas de combustibles fósiles, y una nueva voluntad de
plantar cara a la industria. Comienza el próximo miércoles en Seattle, y lo
haremos gane quien gane la Casa Blanca el próximo martes por la noche.
Porque por importantes que sean las elecciones, no son la batalla
mayor.
Notas:
[1] Bill McKibben, “Global Warming´s
Terrifying New Math”, Rolling Stone, 19 de Julio de 2012
Enviado por Roque P a la red foroba
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