LOS BIENES COMUNES URBANOS
Definimos al Bien Común de una determinada población o como
Bienes Comunes al conjunto de los
recursos naturales y “construcciones”
(materiales, organizativas, jurídicas o culturales) producto de la acción
humana que deberían servir para abastecer las necesidades materiales y
espirituales de cada uno de sus integrantes en una proporción y medida justa y
suficiente.
En un medio urbano son bienes comunes el suelo, la calidad
del agua y del aire, los accidentes geográficos, pero también lo son las
infraestructuras para la provisión de los servicios (agua y cloacas,
electricidad y gas, comunicaciones) la educación, la sanidad, el transporte
público, las calles y avenidas, los parques y espacios públicos, el acceso a
las costas, el patrimonio arquitectónico y cultural, la justicia, la
comunicación, el acceso a un trabajo y una vivienda digna, entre otros que
variarán según las circunstancias.
Lo opuesto a los bienes comunes son los bienes privados que
solo sirven a una determinada persona o grupo o sector social o empresa o
corporación. Un bien común puede tener una gestión privatizada sin perder su
condición de bien común pero debe resguardarse que un bien común sea convertido
en bien privado y esta es la tarea del Estado. El gobierno que vele por el
desarrollo integral de su pueblo puede convertir un bien privado en bien común
pero no a la inversa. En una sociedad post-capitalista los bienes comunes son
herramientas económicas pero también poseen calidades culturales, emocionales y
simbólicas.
El derecho a una vivienda digna es un bien común que debe
ser distribuido por la acción del estado, pero la vivienda es un bien privado
aunque esté compartido. Un edificio que contiene varias viviendas es una
sumatoria de bienes privados limitados por la necesidad de regular el
funcionamiento del conjunto.
Un automóvil particular es un bien privado que utiliza en
sus desplazamientos bienes comunes como las calles y autopistas. El transporte
público es un bien común que puede funcionar perfectamente como tal aunque cada
uno de los vehículos que lo integran sean bienes privados.
Es función del estado proveer para que los bienes comunes no
sufran restricciones que perjudiquen a sectores de la población para favorecer
a otros. Esto es esencial en el caso de la sanidad, educación, transporte
público, uso de los espacios públicos, para el ejercicio y la aplicación de la
justicia y para las comunicaciones, entre otros.
Conceptos como libertad, democracia así como el estado como
poder regulador de los bienes comunes son los pilares básicos de una comunidad
post-capitalista. Cuando ciertas élites se apoderan del estado como sucede en
los países imperialistas o en las dictaduras, la noción de comunidad desaparece
aunque exista una formalidad aparente.
Los conflictos al interior de una sociedad se dan casi
siempre alrededor del tema de la apropiación o privatización de los bienes
comunes.
Un parque
es un bien común como el caso del parque Gezi en Estambul que el gobierno turco
quiere convertir en bien privado. La reacción de los jóvenes es natural y
saludable cuando intenta impedirlo. La acción autoritaria del gobierno frente a
este hecho lo deslegitimiza y a consecuencia de ello los jóvenes se manifiestan
además para pedir la renuncia del gobierno y para cambiar el rumbo del estado.
Todo esto indica un alto nivel de conciencia para reconocer cuales son los
bienes comunes que el gobierno turco está pisoteando.
El sistema de transportes es un bien común que en las
grandes ciudades es muy complejo de implementar y en su propia complejidad
puede resolverse positivamente con una acción combinada de lo público y lo
privado siempre con la función reguladora del estado. La calidad de los
servicios se mide por las frecuencias, el estado de los medios utilizados,
confort y seguridad de los vehículos, por la pertinencia de los recorridos y
los tiempos de viaje. La restricción en su uso puede estar dada (entre otros
elementos) por los costos del viaje. Este último aspecto es el que desató la
reacción de inmensas muchedumbres en las ciudades brasileñas.
El aumento del boleto fue la gota que rebalsó la copa y
sirvió además como disparador para otros muchos reclamos referidos a las
restricciones en sanidad y educación y el gasto excesivo del estado en eventos
(Mundial de Futbol, Juegos Olímpicos) que evidentemente para la población (y
sobre todo para los jóvenes) no tenían la prioridad que el gobierno creía que
tenían. Mas allá del caos y la confusión que estas multitudinarias
manifestaciones crearon en determinados momentos y del aprovechamiento espurio
que delincuentes comunes o grupos organizados del fascismo teledirigido
intentaron hacer, es evidente que estas manifestaciones son altamente
saludables para renovar a la democracia brasileña en pos de un mayor acceso y
una mejor distribución de los bienes comunes. Habrá sin dudas, un antes y un
después de estas manifestaciones dado que en Brasil existe un gobierno sensible
a aquellas cuestiones que hacen al bienestar colectivo.
Pero también es cierto que un cambio profundo será muy
difícil de alcanzar y que hasta puede ser doloroso. Brasil es una comunidad muy
particular con enorme desigualdad social y en donde las élites dominantes
fueron capaces de acordar todos los procesos de cambios sin traumas ni
conflictos sangrientos. A diferencia del resto de los países de la América
Latina, la Independencia lejos de ser el resultado de guerras dolorosas y
prolongadas fue el resultado de un acuerdo familiar dentro de la monarquía
gobernante. También pasó de la monarquía a la república mediante otro acuerdo
de élites y este espíritu de acordar entre grupos se mantuvo prácticamente
hasta el presente. En la última década, el acceso al gobierno del representante
de los obreros sindicalizados fue también facilitado por estamentos de poder.
Todo esto sirvió para que el núcleo duro del poder interno siguiera incólume a
lo largo de los últimos dos siglos. Este sistema de acuerdos permanentes
arrastra niveles de corrupción muy altos que no son patrimonio de ciertos
sectores sino que están profundamente arraigados en la trama social a todos los
niveles.
Brasil también es una sociedad en expansión demográfica,
económica y productiva por momentos acelerada que produce tensiones internas
que, tal como lo demostraron las recientes manifestaciones, escapan al control
de las élites y los gobiernos.
En Brasil ciertos discursos ecologistas, de ampliación de
derechos a niveles inéditos o la implantación de novedosos estándares éticos
están claramente representados por grupos internos (no conviene olvidar que en
las últimas elecciones presidenciales la candidata del Partido Verde obtuvo un
20% de los votos), así como va tomando cuerpo la necesidad de memoria, verdad y
justicia con respecto a la última dictadura militar.
“La voz de la calle” como lo definió la Presidenta Dilma
Rousseff son en realidad muchas voces y los reclamos son múltiples y variados.
Un gigante reivindicativo se ha despertado en el seno del pueblo y puede llegar
a asumir un rol muy significativo que influirá sin dudas en el resto de la
región en donde una contraofensiva reaccionaria intenta levantar cabeza.
Al respecto de esta contraofensiva reaccionaria debe quedar
claro que en la Región no todas las manifestaciones se hacen por reclamos
legítimos ni en pos de asegurar el acceso a los bienes comunes para el conjunto
de la población. Sin dudas son legítimos los reclamos de los estudiantes
chilenos en pos de una educación con acceso libre, gratuita y de calidad. Pero
son todo lo contrario y responden a la agenda de intereses particulares
empeñados en privatizar bienes que deben ser bienes comunes. el caso de
manifestaciones y reclamos hechos en Argentina, Bolivia, Perú o Venezuela.
Una nueva generación de jóvenes lanzados a nuevos ideales
parecen decididos a demostrar que la famosa frase de Bill Clinton que tanto
repiten neos y antiguos liberales puede ser reemplazada por otra que diga: “No
todo es la economía, estúpido”.
tomado de envío de arquitectura sustentable
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