Un río que busca su color
El agua sin basura y con menos olor. Con algunas aves, peces
y orillas arboladas, aunque todavía hay asentamientos en la orilla y vertidos
contaminantes. Página/12 recorrió el Riachuelo y detectó los avances en la
limpieza y las cuentas pendientes.
Por Eduardo Videla
El agua del río es marrón, como la del Paraná. Sobre la
orilla, en algunos rincones, crecen camalotes y juncos y desde allí algunas
garzas ven pasar la embarcación. Abajo, dicen, anidan algunos peces.
Las imágenes no pertenecen a un río de provincia, sino al
mismísimo Riachuelo. No se trata de visiones de un pasado remoto o un futuro utópico,
sino del presente. Fueron captadas por los sentidos del cronista durante una
recorrida por el río, aún contaminado pero en proceso de saneamiento. Son
pequeñas postales, como islas en ese río que por tramos aún huele a podrido,
que parecía muerto pero ahora muestra signos de vida. Todavía le falta mucho
para ser un río amigable, pero le falta menos.
Mañana se cumplen cinco años del histórico fallo de la Corte
Suprema que ordenó la limpieza del Matanza Riachuelo y su cuenca, un río que
enfermaba y sigue enfermando a quienes viven en su entorno. En ese lapso, lo
que se nota es que, por primera vez, el Estado se hizo presente. Se ve en la
limpieza de las márgenes, otrora sembrados de basura, bolsas y botellas, en el
pasto cortado y los arbolitos que crecen en los bordes, en la lancha que navega
recogiendo los residuos flotantes. Ya no hay barcos ni autos hundidos. Y si
bien el agua sigue oscura, ya no tiene esas manchas de aceite e hidrocarburos
que atentaban contra todo vestigio de vida.
“Ya no tenemos un río de bolsas de polietileno o con una
capa negra de aceite que obligaba a limpiar los barcos con querosene”, afirma
Antolín Magallanes, vicepresidente ejecutivo de la Autoridad de Cuenca del
Matanza Riachuelo (Acumar). “Ahora no hay que permitirse retroceder.” El
funcionario admite, sin embargo, que todavía falta mucho para cumplir con la
sentencia de la Corte: “La liberación del camino de sirga, en la zona de la
Villa 21-24, en Barracas, está muy retrasada. Y el traslado de las familias de
Villa Inflamable, en Dock Sud, también”. En el primer barrio, las obras
dependen del Gobierno de la Ciudad. En el segundo, de un acuerdo entre la
provincia de Buenos Aires y el municipio de Avellaneda para la cesión de
terrenos. En ambos casos, la construcción de las viviendas se financia con
fondos de la Nación.
La primera sensación cuando la lancha parte desde la Vuelta
de Rocha la aporta el olfato. Allí ya no hay olor y el agua presenta el
original tono marrón del Plata, que llega hasta la costa para mezclarse con lo
que viene atravesando municipios bonaerenses y barrios del sur porteño.
Navegando río arriba, a la derecha aparece el Coloso de Avellaneda, el
monumento gigante que evoca a los obreros que cruzó tantas veces el Riachuelo
para trabajar en los frigoríficos pero especialmente a aquellos que lo
atravesaron el 17 de octubre de 1945. A la derecha, la sucesión de barracas,
depósitos que le dieron el nombre al barrio, algunas recicladas, otras en
riesgo de derrumbe. La más antigua es la Barraca Peña, donde la ciudad guarda
los restos del galeón hallado en Puerto Madero y donde Acumar aspira a arribar
a un acuerdo para construir un centro historiográfico del Riachuelo.
“Lo que era el Polo Petroquímico de Dock Sud ahora es un
polo petrolero, refinerías y depósito de combustible –destaca Magallanes– y se
ha ordenado el funcionamiento del puerto.” Sin embargo, reconoce que aún falta
remediar el terreno del barrio que lo rodea.
El proceso de reconversión de las industrias es largo y
lento, pero avanza. De acuerdo con el listado oficial, son 322 las empresas que
finalizaron su plan de reconversión mientras que 883 tienen planes aprobados y
los procesos en marcha. A la fecha, hay 261 establecimientos con clausura
efectiva. “Ese olor es de curtiembre”, dictamina Magallanes a bordo de la
lancha, haciendo gala de un olfato ganando a fuerza de recorrer la cuenca. La
embarcación surca el río a la altura de Lanús, donde se construye una planta
procesadora de efluentes de curtiembres cuyo servicio van a compartir varias
empresas.
Para Andrés Napoli, director ejecutivo de la Fundación
Ambiente y Recursos Narturales (FARN), “los parámetros de emisiones que utiliza
Acumar son muy permisivos”, por lo que, advierte, “corremos el riesgo de que
cuando todas las empresas estén reconvertidas, el río se siga contaminando”.
Otras organizaciones ambientalistas hacen un cuestionamiento similar.
“Primero tenemos que cumplir las metas acordadas, luego se
puede pensar en otros parámetros”, responde Magallanes.
Río arriba, el olor, claramente, ya no es de contaminación
industrial y hasta lo puede identificar un inexperto: son vertidos cloacales
que llegan desde el arroyo Cildañez, a la altura de Villa Soldati. Para el
funcionario, la principal fuente de contaminación, hoy, es la cloacal.
“Aquí se va empezar a construir, en el segundo semestre de
este año, una cloaca colectora para todo el sur de la ciudad. El Banco Mundial,
que lo financia, acaba de dar el visto bueno al consorcio que va a realizar la
obra”, adelanta a Página/12 el vicepresidente de Acumar. El caño maestro
recorrerá todo el margen porteño de río, desde Soldati hasta La Boca, cruzará
hacia Dock Sud, donde se construirá una planta de tratamiento, y continuará
hasta Berazategui, con destino final al Río de la Plata.
Pero la cloaca domiciliaria no es la única razón para el
olor y la contaminación. Los animales que pasan por el Mercado de Liniers
también aportan lo suyo antes de pasar a mejor vida y convertirse en churrasco.
“Por primera vez llegamos a un acuerdo con la administración del Mercado para
que se sumen al programa de reconversión y tengan su planta de tratamiento”,
anuncia Magallanes.
“El Riachuelo dejó de ser el patio trasero de los municipios
y de la Ciudad”, subraya Anselmo Sella, adjunto primero de la Defensoría del
Pueblo de la Nación y coordinador del Cuerpo Colegiado de la sociedad civil
para el saneamiento del Riachuelo. Sin embargo, advierte sobre el “escaso
compromiso de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia, que no hacen los
aportes financieron para el funcionamiento de Acumar”.
Para el defensor, es notorio que “ha mejorado la calidad del
agua, pero está faltando información para poner esa mejora en números”. También
destaca “la limpieza de los márgenes y la forestación, medidas importantísimas
para la recuperación del río” (ver aparte).
La limpieza está a cargo de cooperativas del plan Argentina
Trabaja, a las que se suma una chata fletada por el gobierno porteño que recorre
a diario la cuenca baja recolectando bolsas de basura y botellas de plástico.
En esos bordes es donde se detecta la presencia de camalotes y juncos, algunas
garzas y biguás. Una colonia de patos se apropió de un espacio a la salida de
Vuelta de Rocha.
“En esos espacios se forman islas de oxígeno donde hemos
encontrado peces que entran desde el Río de la Plata cuando hay viento del
Sudeste”, dice Magallanes.
El trabajo de Acumar tiene varias patas: por un lado, la
limpieza y el saneamiento, que incluye el control de los vertidos y el
procesamiento de residuos. Hasta ahora fueron eliminados 186 basurales y aún
resta erradicar 83. “Están en proceso de construcción catorce plantas de
tratamiento de residuos”, confirma el funcionario de Acumar.
Otro eje es el sanitario. “Ya están en funcionamiento doce
unidades sanitarias móviles que recorren la región: son trailers de 25 metros
de largo con unidades ginecológicas, odontológicas, pediátricas y de
vacunación”, explica Magallanes. También están en construcción doce centros de
salud fijos. Y ya están en funcionamiento cuatro laboratorios toxicológicos, en
los hospitales Posadas, Garrahan, de Clínicas y de La Plata.
Otra batalla, no menor, es la cultural. ¿Cómo cambiar el
imaginario de una sociedad que ha vivido siempre de espaldas al río –o se puso
frente a él sólo cuando no tenía otro lugar donde vivir– y lo usó como cloaca o
basural? El camino para revertir esa idea lo abre el Coloso de Avellaneda, una
escultura de 15 metros realizada por Alejandro Marmo, en colaboración con el
artista plástico Daniel Santoro, ubicada entre el puente Pueyrredón viejo y el
nuevo, e inaugurada a mediados de mayo.
A unas cuadras de allí, junto al Puente Bosch, en un
edificio abandonado donde funcionó un hotel de inmigrantes, se prevé la
construcción de la Facultad de Medio Ambiente de la Universidad de Avellaneda.
Otro ícono a recuperar es el viejo puente trasbordador
Nicolás Avellaneda. Construido en 1914, estuvo a punto de ser desguazado y
vendido como chatarra durante el gobierno de Carlos Menem. Ahora lo está
recuperando Vialidad Nacional para ponerlo de nuevo en su función original:
llevar y traer pasajeros entre La Boca y la Isla Maciel.
Después de los puentes, el río se vuelve sinuoso. Luego de
una curva aparecen los restos del antiguo Puerto de Frutos, en Barracas, y ahí
nomás, la villa 21-24, con construcciones consolidadas de dos pisos que
resultan inviables sólo por estar pegadas al río. Sus habitantes se mudarán a
algunas de las viviendas que se construyen a metros de allí.
Sobre el otro margen, en Lanús, está prevista la
reactivación de la vieja planta de Siam Di Tella. En el mismo distrito, en
Villa Jardín, los chicos de una escuela primaria aparecen como el modelo del
cambio social que se espera para la región. Se llaman a sí mismos “los
guardianes del Riachuelo” y se han convertido en referentes del barrio para
impulsar campañas de limpieza y de salud.
El pasto corto y el arbolado ribereño permiten imaginar un
futuro con espacios de recreo: cuando el río ya no venga con ese olor rancio,
será posible acercarse para tomar allí unos mates, por la tarde, como ocurre en
las provincias. Por lo pronto, hace años que La Boca no se inunda y ahora, en
la atmósfera ya casi no se percibe ese aroma que fue estigma para el barrio.
Dos razones suficientes para modificar cantitos de tribuna.
Esos datos y otros indican que el Estado desembarcó allí y
llegó para quedarse.
Tomado de página 12 de ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario